Las múltiples derivaciones de la elección interna en el radicalismo bonaerense que ganó Ricardo Alfonsín el pasado domingo, ponen en evidencia lo volátil e incierta que se presenta la actualidad política, y revelan la inconsistencia de las expresiones triunfalistas que habían ganado el discurso oficial. Bastó un mínimo episodio electoral al interior de un partido, en donde se expresaron poco más de cien mil ciudadanos, apenas el aleteo de una mariposa, para desatar infinidad de especulaciones. Tanto el oficialismo, que ve en riesgo su estrategia de polarizar con la derecha, cuanto la oposición, que especula con la perspectiva de una convergencia más amplia, no hacen sino confirmar la precaridad de los análisis prevalecientes, formulados sobre un escenario irreal, dado el perfil irreductiblemente personalista de nuestra política. Bastó un hecho menor, que comenzara a dibujarle un rostro, aún borroso, a ese conglomerado difuso e intangible llamado oposición, para desacomodar todas las piezas de un tablero en construcción, que sólo anticipa una certeza: el fin del ciclo de poder hegemónico iniciado en 2003.
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