Casi podría decirse que llevamos varios meses desbordados por torrentes de tinta y de bits comentando la crisis que afecta a la UE, y en particular a Grecia. Por asimilación a la situación de pre-default que enfrentan los helenos, han ganado actualidad algunas comparaciones, de las que no se han privado algunos gurúes como Roubini o Krugman, respecto a la salida Argentina del colapso de la convertibilidad. Hay una reflexión, sin embargo, que ha estado ausente. Es la que patentiza que la auténtica equivalencia de ambas situaciones es la inquebrantable incompatibilidad de largo plazo, entre la indisciplina fiscal y la restricción a la potestad de emitir moneda. Grecia renunció a su soberanía monetaria cuando adoptó el Euro, mientras que el Estado argentino se vió obligado a conceder la herramienta monetaria, como única opción para comprar credibilidad social ante el repudio a la moneda local que disparó la hiper. En ambos casos, asimismo, pretendió maquillarse la irresponsabilidad fiscal apelando a la exuberante disposición de los mercados a financiar deuda soberana. Cuando la percepción del riesgo soberano acarició la demasía, el espejismo estalló en mil pedazos.
Algún día la política entenderá que, al igual que nuestro organismo nos da cuenta de sus límites cuando lo sometemos a excesos, la economía nos hace saber de variadas formas que no es indiferente a la manipulación irresponsable, y sabe cobrarse los abusos. Lamentablemente, la cuenta suelen terminar pagándola los más vulnerables, y no precisamente los aprendices de brujo que desaprensivamente desafían sus restricciones.
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