Una conjunción de inocultable evidencia, fatiga social, incontinencia verbal y vacío de conducción, ha terminado arrastrando al gobierno a la situación en la que nunca deseó estar: HABLAR DE INFLACION, que para el catecismo K vendría a ser algo así como mentar la soga en casa del ahorcado. Resulta francamente desopilante -siempre que podamos obviar el patetismo- asistir al minué de declaraciones y contradeclaraciones con que los funcionarios compiten por tratar de explicar lo inexplicable. Un lugar destacado en este bochornoso concurso, tanto por la función que ejerce como por un elemental pudor profesional que parece haber perdido (ver acá), lo ocupa la presidenta del Banco Central, a quien cabría aconsejar darle crédito a las recomendaciones de Daniel McFadden, Nobel en Economía año 2000, que bien pueden sintetizarse en esta suerte de manifiesto:
"Es difícil romper la psicología inflacionaria sin una fuerte baja de la oferta de dinero"
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