En cualquier condición, la enfermedad de un primer mandatario constituye una cuestión de Estado. En nuestro caso en particular, asoma la sensación de que ayer 27.12, a las 21:00 hs., se abrió un nuevo capítulo del proceso iniciado en 2003, que por el momento, sólo dispara interrogantes. Cualquiera sea la evolución de la dolencia, y aún a riesgo de ser imputado de inexistentes intenciones fatalistas, el dato crudo impone, por sí solo, un grado de incertidumbre política:
En qué medida un jefe de Estado con el ánimo mellado por un agujero afectivo producido apenas hace poco más de un año, con una salud quebrantada, y notorias señales de vulnerabilidad emocional, estará en condiciones de sostener el temple necesario para enfrentar los desafíos de una coyuntura político-económica que se anticipa sensiblemente más hostil ?
Podrá la eficacia comunicacional del gobierno, potenciando la exitosa estrategia de victimización del "vestidito negro", apalancar funcionalmente la apelación a la natural solidaridad que despierta la enfermedad ? (El peso simbólico del recuerdo de Evita constituye una irresistible tentación a la malversación de la memoria popular.)
Posee el episodio la potencia suficiente para adelantar la apertura de la compleja sucesión por el poder al interior del peronismo, que precozmente viene manifestando fisuras que delatan la inestabilidad de las alianzas que dieron solidez al proyecto ?
Es posible sostener en estas condiciones un esquema decisorio tan patológicamente concentrado en el vértice, que hace eje en un despliegue personal que demanda una entrega irrestricta ?
La impensada emergencia, no desnuda, acaso de manera prematura, la peligrosa pusilanimidad de haberse allanado irrestrictamente a los más extravagantes caprichos imperiales, que -aún transitoriamente- encumbran a figuras carentes de toda representatividad ?
Son apenas unas pocas incógnitas expresadas a mano alzada, para un verano que anticipa cierto voltaje político.
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