Ya en las primeras tribus humanas existían hombres y mujeres que se atribuían la capacidad de manipular las sutiles fuerzas del cosmos, lo que les garantizaba el dominio sobre sus pares.
Claro que el riesgo implícito en una estrategia de poder apenas sostenida en la exitosa instalación de la creencia de que quien manda posee el don de hacer llover, reside en la imposibilidad de evitar el límite inexorable de un cambio en el régimen pluviométrico, que caprichosamente suele imponer la insobornable naturaleza. Un caso particular se presenta cuando quien manda está convencido de poseer efectivamente la magia de ese don.
De mi artículo del mismo nombre publicado en varios portales.
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